Este relato inesperado narra las peripecias de un perro (y su humano) en busca del amor canino perfecto. Humor, ironía y una perra inolvidable. ¡Engancha tu curiosidad y descubre qué tiene que ver un soporte con altavoz en todo esto!
Si los perros pudieran elegir, probablemente escogerían a una perra
Mira, yo no sé muchas cosas de la vida. De hecho, ayer metí el mando a distancia en la nevera y el yogur en el microondas. Pero hay una cosa que tengo clarísima: si los perros pudieran elegir, probablemente escogerían a una perra. Y no hablo solo de amor perruno. Hablo de decisiones, de instintos, de esas cosas que nosotros, los humanos, hemos perdido entre tanto postureo y reuniones por Zoom que pudieron ser un WhatsApp.
Todo empezó con mi perro: Coco, un labrador negro que huele mejor que mi ex cuando iba perfumada hasta para sacar la basura. Coco tiene más sentido común que yo un lunes por la mañana con café doble. Y lo más preocupante: empieza a tener más vida social también.
El flechazo perruno y la vecina misteriosa
Un día cualquiera, Coco me arrastra (literalmente) hasta el parque. Yo con mis ojeras de mapache en ayunas, y él con su energía nivel “me he esnifado una batería alcalina”. De repente, se para en seco, se pone tieso como palo de fregona nuevo, y empieza a mover la cola como si le estuviera batiendo huevos al bizcocho de la emoción. ¿Y qué veo yo? Pues la nueva vecina. Y su perra.
Ella, la perra, tenía el porte de una reina y las orejas de un croissant bien horneado. Se llamaba Lola, y tenía esa mezcla entre dulzura y arrogancia que solo tienen las que saben que, si quieren, te destruyen… pero te dan las gracias con lametón incluido.
Y claro, ahí estábamos: Coco babeando, yo disimulando mi cara de “he salido en pijama otra vez” y la vecina sonriendo, como si no supiera que tenía a la Angelina Jolie del mundo canino sujetada con una correa rosa fosforito.
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El plan maestro que salió mal (como siempre)
Como cualquier humano que no quiere parecer desesperado (aunque lo está), decidí iniciar una conversación casual. Algo sutil. Un “bonito día, ¿verdad?” mientras me quitaba una hoja del pelo y disimulaba que llevaba un calcetín de cada color.
Ella, simpática, respondió. Y Coco y Lola comenzaron su danza de cortejo: olisqueo, brinquito, otra vuelta, y ese clásico gesto de “te sigo hasta donde me lleves, aunque sea al fin del mundo o al veterinario”.
Entonces ocurrió. La tragedia. El drama. El Waterloo emocional: mi móvil se cayó al suelo justo cuando estaba enseñándole una foto graciosa de Coco vestido de unicornio (una larga historia que no repetiré).
El móvil rebotó, dio una vuelta de campana (digna de película de Michael Bay) y acabó sonando con mi madre al otro lado del altavoz activado:
—¡¿HAS SACADO LA ROPA DE LA LAVADORA O SIGUE HUELIENDO A PERRO MOJADO?!
Coco se tumbó de vergüenza ajena. Lola se giró con la misma expresión con la que una perra de alcurnia miraría una croqueta del suelo. La vecina… rió. Pero de esa risa que mezcla ternura y pena. Como quien ve a un cachorrito intentando ladrar fuerte.
La redención llegó con un soporte y altavoz
Ese día juré dos cosas: uno, que no volvería a enseñar fotos sin revisar antes la galería (sí, había una captura del banco con mi saldo: 1,23€); y dos, que iba a comprar un soporte para el móvil con altavoz incorporado. Porque si algo me había quedado claro, es que lo de sujetar el móvil con la mano y confiar en la gravedad no es para mí.
Desde entonces, no solo hablo con mi madre sin poner el móvil en el suelo, sino que ahora puedo enseñarle a la vecina vídeos de Coco sin hacer el ridículo (tanto). El soporte tiene un altavoz que mejora incluso los maullidos de mi gata (otra historia para otro día). Y lo mejor: Coco y Lola siguen viéndose.
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Moraleja inesperada (pero necesaria)
Si los perros pudieran elegir, no elegirían postureo. No elegirían drama. Elegirían cariño, olfato, una buena croqueta y una perra con carácter. Elegirían a alguien como Lola. Y a alguien que no se le caiga el móvil cada dos por tres.
Y tú, que has llegado hasta aquí, no me digas que no te has reído al menos una vez (aunque sea por pena).
Déjamelo en comentarios, comparte si te has reído y cuéntame tu momento más vergonzoso con tu mascota.
Y si tienes un colega igual de desastre que yo, mándale este post. Que se ría, que se identifique… y que se compre el soporte, que lo necesita más que tú.