Relato cómico y reflexivo sobre cómo prejuzgamos mientras la vida se escapa, con un final inesperado y un giro que enlaza con un producto útil, todo narrado con humor, ironía y un tono cercano que invita a seguir leyendo.
Prejuzgar mientras el reloj corre
Nosotros aquí, prejuzgando, y el reloj está corriendo hacia el final.
Y de repente… ¡zas! Me vi a mí mismo juzgando a un señor por llevar sandalias con calcetines, mientras mi móvil marcaba un 2% de batería y mi vida personal un 0% de orden.
No me malinterpretes. No tengo nada en contra de las sandalias (ni de los calcetines, que conste), pero ¿de verdad era ese el mejor uso de mis neuronas? Ahí estaba yo, en plena estación de tren, señalando con la mente y dándole a mi ego un masaje con final feliz, mientras ignoraba por completo lo importante: el tren estaba saliendo… y yo seguía en el andén.
Porque sí, mientras tú y yo andamos por la vida dando likes mentales o dislikes silenciosos a la gente, hay un tic-tac invisible que no para. Y no hablo del de la cocina, sino del de la vida. El reloj corre, primo.
El impacto psicológico de creerse juez y jurado de todo
El otro día, sin ir más lejos, estaba en una terraza. A mi derecha, una señora gritándole al camarero porque el café “no sonaba a Nespresso”. A mi izquierda, un tío con pinta de haber salido de un catálogo de “estilo bohemio forzado”, criticando el precio del croissant como si fuera accionista de la panadería.
Y yo, ahí, mirándoles… prejuzgándoles… mientras me tragaba un zumo de naranja más aguado que mis excusas para no ir al gimnasio.
¿Por qué lo hacemos? ¿Por qué prejuzgamos como si llevara premio? No lo lleva. De hecho, el único premio que nos da es perder tiempo, acumular estrés, y tener conversaciones interiores que no sirven ni para podcast de madrugada.
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Prejuzgar es una estrategia de enganche emocional cutre pero efectiva. Te hace sentir superior por 4 minutos, pero luego te deja más vacío que una caja de donuts en oficina.
Y lo peor es que lo hacemos sin darnos cuenta. Vas por la vida etiquetando a la gente como si fueras el encargado del Primark: “Este es de los que no devuelven el carro del súper”, “Esta seguro que escucha reggaetón triste”, “Ese tiene cara de no saber qué es el Tupper original”.
Mientras tanto, el mundo sigue. Tu perro quiere atención, tu suegra te dejó 9 llamadas perdidas, y tú sigues juzgando a un pobre chaval por llevar un Ferrari en la carcasa del móvil (cuando tú llevas un Nokia que sobrevivió a tres mudanzas y un divorcio).
Relatos cortos con final inesperado (como este)
El otro día, sin ir más lejos, se fue la luz en mi casa. Caos. Oscuridad. Horror. Mi gato se me subió al hombro como si estuviésemos en Titanic.
Intenté mantener la calma, pero me sentí más inútil que un tutorial de Excel en arameo. Y ahí, en plena penumbra emocional, recordé algo que había prejuzgado unos días antes: un generador portátil que vi en Amazon y que descarté con un «¿pa’ qué quiero yo eso si vivo en la ciudad?»
Pues toma karma.
Tuve que llamar a mi cuñado. Mi cuñado. El mismo que dice que los ovnis existen pero las facturas no. Él, claro, tenía uno de esos generadores. Lo conectó, me salvó la noche, el congelador y la dignidad. Y yo ahí, dándole las gracias mientras maldecía mis prejuicios.
Narraciones de la vida diaria cómicas… y eléctricas
Desde entonces, cada vez que me veo a punto de emitir un juicio gratuito tipo “mira esa con paraguas y sol” o “ese lleva riñonera y no está de coña”, respiro hondo, me muerdo la lengua y… me conecto a la realidad. Porque, ¿y si esa persona que juzgo sin saber es quien me va a prestar un día un generador, un cable, o incluso una sonrisa en el momento justo?
Así que, querido lector, antes de juzgar, recuerda esto:
Puede que mientras tú estás apuntando con el dedo, el reloj está corriendo hacia el final… y tú sin batería, literal y metafóricamente.
¿Y tú, estás preparado para que se te vaya la luz?
No te voy a vender nada. Solo te cuento que después de aquel apagón, pillé uno de estos generadores portátiles que sirven para todo: desde encender la cafetera en mitad de la montaña, hasta mantenerte vivo en una reunión de Zoom cuando cae la red.
Si tú también has prejuzgado uno, ya sabes… puede que lo necesites más de lo que crees.
Mientras prejuzgas, el reloj corre… y el karma toma nota
La próxima vez que veas a alguien haciendo algo que «tú jamás harías», respira, sonríe y piensa: igual me salva el pellejo un día. O al menos, no seas tú quien se queda a oscuras mientras los demás siguen con su vida… ¡y su luz!
¿Te ha pasado algo parecido? ¿Te has quedado sin luz… o sin palabras? Cuéntamelo en los comentarios y comparte esta historia con alguien que siempre juzga a los demás… y no carga su móvil.
¡A UNA CARCAJADA DE DISTANCIA DE LA SIGUIENTE HISTORIA!