Una historia hilarante sobre una mirada furtiva en el autobús, con un giro inesperado, risas garantizadas y un sutil descubrimiento que puede cambiar tu forma de ver (literalmente) la vida. Relatos inolvidables que despiertan carcajadas (y algo más).
¿Quién no espía en el bus?
Todo empezó un miércoles. ¿Por qué los miércoles tienen ese aire de «ni fu ni fa»? Ni es lunes para quejarse con fundamento, ni es viernes para fingir que trabajas con alegría. En fin, me subí al autobús rumbo a casa con esa cara de «he sobrevivido a otro día sin tirar el portátil por la ventana».
Me senté, como siempre, al fondo. Zona de veteranos del transporte público. Allí, donde las conversaciones son susurros, los suspiros pesan más que las mochilas, y nadie quiere sentarse al lado de nadie… salvo que no haya más remedio. Y justo cuando me estaba mentalizando para mirar por la ventana sin pensar en nada en particular —actividad que considero casi espiritual— ocurrió. Lo vi. A Él.
El arte milenario de espiar sin ser visto (no me salió bien)
Dos filas más adelante, perfil griego, mandíbula marcada, cejas de estatua romana y… ¡estaba leyendo un libro! Un libro de papel, con letras y todo, como en los tiempos prehistóricos. Algo en mí dijo: obsérvalo, pero con discreción. Y como buena aspirante a ninja social, lo intenté. Me acomodé, ladeé el cuello como si estirara las cervicales y me lo quedé mirando por encima del asiento.
Claro, lo que yo no sabía era que el respaldo no era lo suficientemente alto para ocultar mi cara. Básicamente, parecía Jack Nicholson asomando en El Resplandor. Y justo cuando mis pupilas alcanzaban el punto de no retorno, él levantó la mirada… y me pilló.
Ese segundo eterno que lo cambia todo
¿Habéis tenido alguna vez esa sensación de que el tiempo se detiene? Bueno, el mío no solo se detuvo, se fue a comprar tabaco y no volvió. Me quedé congelada, atrapada entre la vergüenza y la risa interna, con mi mirada clavada en la suya como si estuviéramos en una telenovela turca, pero sin guion.
Entonces, él… ¡sonrió! ¡Y me guiñó un ojo! Yo, por supuesto, interpreté mal el gesto. Pensé que se le había metido algo en el ojo. Así que, ni corta ni perezosa, le ofrecí un pañuelo al pasar por su asiento. Él lo aceptó, agradecido. Yo asentí como si fuera Mary Poppins repartiendo soluciones, y volví a mi sitio… con el corazón latiéndome en las orejas.
TE PUEDE INTERESAR
¿Y si el amor estuviera en la L5?
No pasó nada más. Ni me pidió el número, ni me escribió su Instagram en la ventana con el dedo empañado. Simplemente bajó dos paradas después, se giró, me miró… y me guiñó el otro ojo. Esta vez entendí la indirecta: el primero sí era un guiño. Yo, mientras tanto, me quedé con cara de haba y ojos más secos que los tuppers de Navidad en junio.
Esa noche, mientras intentaba relajarme y pensar en otra cosa que no fuera mi torpeza legendaria, me di cuenta de una cosa muy importante: llevaba los ojos destrozados. ¡Tanto espionaje mal ejecutado pasa factura! Picor, tensión ocular, ojeras de mapache nocturno… Y ahí fue cuando entró en escena el héroe inesperado.
Llega el masajeador de ojos eléctrico
No, no apareció el chico del autobús en mi portal con flores. Lo que apareció fue un anuncio en Instagram —sí, los algoritmos dan miedo— de un masajeador de ojos eléctrico. Y como toda persona que ha sentido la humillación visual en primera persona, lo compré.
Amigos, os juro que este trasto ha sido mi salvación. Diez minutos con eso puesto y siento que he dormido doce horas en The Peninsula Hotels. Relaja, masajea, calienta, suelta música ambiente… vamos, que por poco le pido matrimonio. Y desde entonces, espío mejor. Con más estilo. Con menos sufrimiento ocular.
Lo que aprendí entre paradas
Esta historia no va solo de un flechazo repentino en el bus o de lo que pudo haber sido. Va de cómo, incluso en los momentos más tontos, surgen cuentos que despiertan sentimientos. De esos que te hacen reír de ti misma, pero también valorar los pequeños lujos de la vida moderna. Como mirar a alguien sin parecer un psicópata, o descubrir que existe un aparatito que cuida tus ojos mientras tú te haces la interesante en el transporte público.
Y por cierto, si alguna vez espías a alguien en el autobús… asegúrate de que llevas tu masajeador de ojos eléctrico en casa. Por lo que pueda pasar.
¿Y tú? ¿También has tenido tu momento “me pillaron espiando”?
Cuéntamelo en los comentarios o compártelo con ese amigo que siempre dice que va a mirar “solo un momento” y se le queda la cara torcida del esfuerzo.
Y si tus ojos han sufrido tanto como los míos…
El cual me salvó la retina y la dignidad. No cura la vergüenza, pero te deja los párpados como nuevos.
¡ESTAS A UNA CARCAJADA DE DISTANCIA DE LA SIGUIENTE HISTORIA!