Una escena cotidiana en una estación se convierte en una reflexión absurda, cómica y brutalmente honesta sobre cómo vivimos. Y cómo un enfriador de vino puede cambiarlo todo.
Miles de personas en la estación cada cual a lo suyo
¿Te ha pasado?
Esa sensación de estar rodeado de gente…
Y sentirte más solo que un pingüino en el Sahara.
Pues me pasó ayer. Estación de tren. Hora punta.
Miles de personas en la estación cada cual a lo suyo.
Y yo, intentando abrir una chocolatina con la dignidad de un adulto funcional. «Fracasé».
Todo parecía normal. Hasta que no.
Una señora gritaba por teléfono a alguien llamado Raúl.
Un tipo con traje jugaba Candy Crush como si de ello dependiera la paz mundial.
Un niño lloraba. Su madre lloraba más fuerte.
Y yo… yo solo quería que alguien me mirara y dijera:
“Tranquilo, abrir una chocolatina también me supera a veces.”
Pero no. Nadie me vio. Nadie me oyó. A nadie le importó.
Y eso, amigo mío, fue un click.
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¿Y si todos están actuando?
Sí, ya sé. Suena cringe. Pero escúchame.
Empecé a observar más.
Más allá de los gestos, más allá de los móviles, más allá del ruido.
Y empecé a preguntarme:
¿Y si esta señora que se queja del clima…
…es un bot de la vida real programado para decir eso cada 40 minutos?
¿Y si el tipo que me empujó no existe cuando no lo miro?
¿Y si… yo tampoco existo cuando nadie me ve?
La psicología del interés dice que prestamos atención a lo que nos importa.
Y si nadie me mira… ¿qué soy?
Seguí sin poder abrir la chocolatina.
Entonces me rendí. Me senté. Observé.
Y como todo existencialista que se respeta…
Saqué mi botella de vino.
(Sin juzgar, era martes. El martes también se bebe).
Ahí es cuando recordé el mejor regalo que me hice este año:
Un enfriador de vino eléctrico.
Y aunque el tren se retrasó 34 minutos.
Y aunque Raúl no contestaba las llamadas de la señora.
Y aunque el niño ya no lloraba porque había entrado en trance…
Mi vino estaba perfecto.
Frío, elegante, como si el universo dijera:
«No tienes idea de qué haces aquí, pero al menos bebes bien.»
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El mundo no te debe atención. Pero tú sí.
Esa escena absurda, esa coreografía de desconocidos, esa estación…
Me enseñó algo.
Que aunque el mundo siga su guion, tú puedes cambiar el tuyo.
Elige tu destino, aunque sea con una copa en mano.
Y si vas a beber solo, hazlo con estilo.
No por los demás.
Por ti.
¿Te ha pasado esto también?
¿Sentirte invisible en medio del caos?
¿Ver lo cotidiano como una especie de teatro mal ensayado?
¿Tener una conversación existencial con tu propio reflejo en la ventanilla del tren?
Déjamelo saber en los comentarios.
Quizás no estés tan solo como parece.
O quizás sí… pero con buen vino.
Conclusión con brindis
La próxima vez que estés en una estación, en una cola, en la vida misma…
Recuerda esto:
La mayoría está a lo suyo. Y tú también deberías estarlo.
Pero con un vino bien frío.
Y si aún no tienes cómo hacerlo posible, te dejo por aquí mi aliado secreto:
(No cambia tu vida. Pero sí la temperatura del vino. Y eso, a veces, es lo único que importa.)
¿Tú también has tenido un momento “estación”?
Compártelo abajo. Brindemos con historias.
Y si vas a empezar a tomarte la vida menos en serio…
Hazlo con estilo, y con el vino a la temperatura justa.