Una tarde cualquiera en el parque se convierte en una comedia familiar absurda, donde los niños corren descalzos, los padres cargan las zapatillas, y todo desemboca en una hilarante reflexión que incluye perros, agilidad y Apple… sí, Apple.
Niños sin zapatillas: locura familiar
La tarde que empezó con una pelota… y terminó en caos.
No sé en qué momento exacto perdimos el control. Quizás fue cuando mi sobrino decidió que las zapatillas eran un impedimento para su máximo rendimiento en el columpio. O tal vez cuando su hermana gritó “¡libertad, libertad!” y salió corriendo por el parque como si acabara de escapar de una cárcel de máxima seguridad (también conocida como la guardería del barrio).
Lo cierto es que, cuando quise darme cuenta, había niños descalzos corriendo como locos por el suelo de tierra, arena y algún que otro resto de croqueta del picnic anterior. Y los padres, sí, nosotros, caminábamos con cara de “esto no puede estar pasando”, sujetando las zapatillas cual trofeo de guerra, como si estuviéramos en la final del Mundial pero en versión padres sin autoridad.
“Es que les molesta”, dijo uno. “¡Les da alas!”, dijo otro.
Ahí estábamos todos, como si fuéramos parte de una secta improvisada: los guardazapatillas. Unos llevaban deportivas colgando del dedo meñique. Otros, como yo, las llevábamos bajo el sobaco mientras corríamos detrás del niño descalzo gritando su nombre. (Con ese tono de amenaza amorosa que sólo una madre o un tío con paciencia puede usar).
Y entre toda esa locura, alguien dijo algo que cambió el rumbo de la historia:
—“¿Sabes qué pasa? Esto es como los perros esos que hacen agility, pero versión humana…”
¡Zas! Eureka. Boom. Relámpago cerebral.
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Cuando los niños son perros de agility, pero sin premio al final
En ese momento todo cobró sentido. Narraciones con una pizca de ironía como esta sólo pueden nacer del caos.
Mi sobrino esquivaba bancos, saltaba sobre mochilas, pasaba por debajo de las mesas de picnic. Incluso hizo un giro acrobático sobre una valla de madera, digno de un border collie motivado por una salchicha.
Y mientras tanto, yo pensaba: «Esto engancha el conocimiento profundo de la paternidad en su máxima expresión». Porque aquí nadie tiene el control. Aquí todos improvisamos.
Y entonces lo vi. No, no fue la iluminación divina. Fue un perro. Un caniche, concretamente. Con un mono deportivo ajustado que ya lo quisiera para mí en el gimnasio. Estaba haciendo un circuito de agilidad que había montado un señor al fondo del parque. Saltitos, túneles, plataformas. Lo flipé.
—“¿Y esto?” —pregunté.
—“Agility. Para que el perro se desfogue” —dijo el señor.
Miro a mis sobrinos. Corriendo. Gritando. Tirándose al suelo. Miro al perro. Haciendo lo mismo… pero entrenado. Con precisión. Con propósito. Con dignidad.
La revelación de la tarde
Amigos, ese fue mi momento Apple. Porque como buen usuario de iPhone que soy, me dio por pensar: “Si existe algo que ordene este caos infantil, tiene que haberlo también para perros”.
Y como no podía ser de otra manera, tiré de móvil. Busqué. Y encontré algo que parecía diseñado por el mismísimo Steve Jobs para mascotas: un kit de agilidad para perros. Portátil. Colorido. Con túnel, aros y hasta saltos. “¿Por qué no tenemos esto para humanos?”, me pregunté con lágrimas en los ojos.
Claro que al instante pensé: si no podemos con los niños… ¡quizás podamos empezar con el perro de mi cuñado!
Y así es como me vi comprando el kit. No porque tenga perro, sino porque sinceramente me parecía más fácil educar a un chihuahua hiperactivo que a mis sobrinos de cuatro años.
¿Solución para niños? No. Pero para perros, Sí.
Al final de la tarde, volví a casa con las zapatillas llenas de tierra, un niño dormido en cada brazo y la certeza de que la vida es una comedia escrita por alguien con muy mala leche… o mucho talento para el sarcasmo narrado en primera persona.
Pero también volví con un kit de agilidad para perros en la cesta de Amazon. No porque quiera que el perro se convierta en atleta olímpico. Sino porque, sinceramente, si alguien en esta casa va a seguir órdenes y responder a estímulos… va a ser el perro.
Y si no, al menos tendré un túnel de colores para esconderme cuando llegue el próximo cumpleaños infantil.
¡A UNA CARCAJADA DE DISTANCIA DE LA SIGUIENTE HISTORIA!