Me olvidé las llaves dentro del coche y tuve que llamar al cerrajero. Sí, otra vez. Porque si algo me acompaña fielmente, más que mi sombra, es la mala suerte. Y ojo, que no exagero: vivo en un eterno día malo, como si el universo se hubiera apuntado a un club de bromas pesadas… y yo fuera el único socio víctima.
La vez que me encerré fuera del coche (otra vez)
El inicio del desastre: todo parecía ir bien. A ver, el día empezó como cualquier otro martes con sabor a lunes: me levanté con sueño, discutí con la tostadora porque me escupió el pan y salí de casa con la sensación de que algo se me olvidaba. Pero claro, como siempre, pensé: “bah, tonterías mías”. No eran tonterías mías.
Llego al coche. Una belleza gris metalizado del año de la catapulta, pero que sigue tirando (a veces). Coloco el café en el techo —sí, el techo— porque soy un ser multitarea y necesito las dos manos para meter la mochila, el tupper y mi dignidad al asiento trasero.
Cierro la puerta.
Y justo cuando voy a abrir la del conductor, ¡zas! Un silencio más sonoro que una bofetada en misa. La puerta no abre. El coche está cerrado. Mis llaves… están dentro. Encima del asiento. Junto con mi móvil. Y mi dignidad, de nuevo.
El drama en su punto más álgido
Allí me ves. En chándal, con el café ya chorreando por la luna delantera y una cara de “la vida me odia con cariño”. Como no tenía el móvil, tuve que ir a casa de mi vecina Mari Carmen a pedirle el suyo. Y ojo, porque Mari Carmen no te deja entrar sin preguntarte qué te pasa, qué hiciste mal esta vez y si ya llamaste a tu madre.
Después de una charla de psicología vecinal express, llamo al cerrajero. Y empieza la segunda parte del drama: el cerrajero tarda 45 minutos. Y claro, mientras espero, pasa todo el vecindario.
– “¿Otra vez encerrado fuera, Juanito?”
– “No, lo hago por afición, Antonia, colecciono visitas de cerrajeros.”
No sé cómo lo logré, pero conseguí parecer que lo tenía todo bajo control. O al menos lo disimulé apoyado en la farola, con aire de filósofo urbano, mientras en mi cabeza sólo resonaba: «la mala suerte es mi sombra. Vivo en un eterno día malo.»
Y además
Llegada del héroe (y algo más)
El cerrajero aparece, con su cinturón de herramientas y la pinta de quien ya ha salvado muchas almas perdidas como la mía. En menos de cinco minutos, abre la puerta. Cinco. Minutos. Por cincuenta euros. ¡Diez euros el minuto! Si esto no es arte, yo soy un Seabreacher.
Sí, justo ahí, en ese instante de iluminación (o desesperación), recordé algo que vi en Amazon mientras procrastinaba en el trabajo: la máquina de buceo Seabreacher. ¿Y qué tiene que ver esto con mi coche cerrado? Pues mucho, porque pensé:
“Si tuviera una Seabreacher, no me preocuparía de cerrar coches. Me lanzaría al mar. ¡Me encerraría en una cabina submarina con forma de tiburón y sin vecinos mirando!”
Además, nadie va por ahí diciendo “me olvidé las llaves de mi tiburón mecánico dentro del mar”. Eso no pasa. Punto.
Cosas que aprendí ese día
1. Nunca pongas el café en el techo del coche.
Es antigravitacionalmente estúpido.
2. Nunca te fíes de “seguro que no me olvido nada”.
Te vas a olvidar de todo.
3. Los cerrajeros deberían tener club de fans.
O al menos tarjetas de fidelización.
4. Un Seabreacher es una necesidad emocional.
No es un capricho. Es salud mental con hélices.
Y tú, ¿también vives rodeado de pequeños desastres?
Mira, si tú también eres del club de los que olvidan las llaves, queman el arroz o confunden el champú con el gel (culpable), entonces igual que yo… necesitas una vía de escape. Y ya que no podemos huir de la mala suerte, al menos podríamos huir en una Seabreacher, ¿no?
Si te has reído (aunque sea por no llorar), comparte esta historia con ese amigo o amiga que tiene el mismo nivel de desventura que tú. O mejor aún, píllate la Seabreacher, y la próxima vez que te olvides algo… al menos estarás en medio del mar, riéndote como un loco con forma de delfín turbo.
¡Comparte y échate unas risas!
¿Te ha pasado algo parecido? ¿Tienes una historia peor (o mejor contada)? ¡Déjamela en los comentarios! Y si quieres vivir aventuras más allá de los cerrajeros, échale un ojo a esa maravilla llamada Seabreacher… porque ¿quién necesita tierra firme cuando puedes tener una máquina acuática con forma de tiburón ninja?