Pero vamos a dejarlo claro desde el principio:
El problema no es el lunes. El problema es que no tienes ganas. De nada.
Y yo también he estado ahí.
El lunes no es el problema
—Yo creo que los lunes fueron inventados por alguien con traumas de la infancia.
Eso le solté a Marta mientras abría un yogur caducado el lunes pasado a las 7:12 de la mañana. Lo peor es que no lo escupió. Siguió comiéndolo. Como si ese yogur agrio resumiera perfectamente lo que era su vida laboral.
Y ahí estábamos: dos adultos atrapados en la rutina, filosofando sin formalidades entre cafés mal colados y dudas existenciales con humor, en una cocina donde la tostadora quema el pan… siempre del lado del aguacate.
Conversaciones absurdas… que duelen un poco
Hay una cosa que pasa los domingos por la tarde. Un vacío existencial silencioso que se instala en el estómago. A mí me da justo después del primer bostezo post-siesta y antes del «¿qué hay de cenar?» de Marta.
Y entonces, ahí empieza la fiesta mental:
— ¿Es esto lo que voy a hacer toda mi vida?
— ¿Me hago freelance de repente?
— ¿Y si me pierdo en un pueblo de Asturias y abro un café con libros?
Conversaciones absurdas, sí. Pero también necesarias. Porque nos permiten enganchar ideas sueltas que tenemos enterradas bajo listas de tareas y calendarios compartidos.
El lunes como enemigo ficticio
Todo el mundo dice que odia los lunes. Pero ¿cuántas veces te has parado a pensar por qué?
No es porque sea lunes.
Es porque estás atascado en una rutina sin sentido.
Es porque tu despertador suena y no tienes ningún motivo para levantarte, más allá de que “toca trabajar”.
¿Y sabes qué pasa cuando no tienes un “por qué”?
Todo se vuelve cuesta arriba.
Hasta elegir qué desayunar se convierte en un drama griego.
(Tengo testimonios de tostadas con mantequilla que pueden confirmarlo.)
Filosofando sin formalidades: ¿Qué nos falta realmente?
No es motivación lo que nos falta. Es dirección.
La motivación es como el WiFi en casa ajena:
— Un día va como un tiro.
— Al siguiente, no carga ni el email.
Pero cuando tienes claro hacia dónde vas (aunque sea una idea loca, como inventar un horno que te hable), empiezas a notar una diferencia brutal en cómo vives tu día a día.
Ahí es donde conectas tu mente con lo que haces.
Donde dejas de funcionar en automático y empiezas a vivir con intención.
(Eso suena muy zen, pero prometo que no hace falta raparse la cabeza.)
El día que un horno me dio una lección de vida
Vale, suena raro. Pero escúchame.
Hace unas semanas me regalaron un horno inteligente. Yo no sabía ni que eso existía.
Pensé: «Genial, otro trasto más para no usar».
Pero ese trasto… cambió mis mañanas.
No porque cocine por mí (aunque, casi). Sino porque me recordó que puedo hacer las cosas de otra manera.
Que no tengo que resignarme a las prisas, al café frío y al huevo frito que parece una obra de Dalí.
Ahora meto los ingredientes, le digo lo que quiero (sí, habla), y mientras él cocina, yo leo, escribo, o simplemente respiro.
Y eso, amigos, me devolvió una chispa de motivación que creía extinguida.
3 señales de que no odias el lunes… solo estás desconectado
1. Sientes que cada semana es igual
Y no en plan «rutina saludable», sino en plan Día de la Marmota versión laboral.
Haz algo distinto. Aunque sea ducharte con otra playlist.
2. Todo te irrita antes del mediodía
Si el sonido del microondas te parece agresivo, quizá no es el microondas… eres tú.
3. Fantaseas con desaparecer 3 veces por semana
Y no en modo poético. Literalmente. Te visualizas cerrando la puerta y no volviendo jamás.
Si te pasa una de estas cosas (o las tres), quizá toca replantearte no tu trabajo, sino cómo estás viviendo tu día a día.
Conecta tu mente: la motivación no se busca, se cultiva
No esperes a que la motivación llegue como un rayo místico de energía.
Constrúyela. Cada día. En lo pequeño.
— En un desayuno que no parezca una penitencia.
— En una conversación que te ría el alma.
— En un momento para ti antes de que el mundo se despierte.
Y si para eso necesitas un horno que te dé los buenos días mientras cocina tu quiche… pues mira, bienvenido sea.
El lunes como punto de partida (no de castigo)
Me prometí a mí mismo hace unas semanas que no volvería a vivir los lunes como un castigo.
Y no, no me convertí en gurú ni en influencer de productividad.
Solo cambié pequeñas cosas.
Como no ver el móvil antes del café.
Preparar la comida con un electrodoméstico que hace más cosas que muchos compañeros de oficina.
Preguntarme cada mañana: “¿Qué me apetece de verdad hoy?”
Eso me ha hecho sentir que tengo el control otra vez.
Y eso, querido lector, vale más que mil cursos de coaching motivacional.
¿Y tú? ¿Qué vas a hacer con tu lunes?
¿Te vas a quedar odiándolo desde la cama con las sábanas hasta la nariz?
¿O vas a ponerle un poco de chispa a la rutina?
Quizá no puedas cambiar de vida hoy.
Pero puedes cambiar de desayuno.
Y eso, créeme, ya es un comienzo brutal.